Hace un tiempo leí en el facebook de una amiga acerca de cómo ella se preguntaba sobre qué decirle a su hija cuando ella le preguntara si existen realmente los príncipes azules. Según mi amiga, lo mejor es no crearle falsas expectativas a los niños y decirle de una vez que nunca va a encontrar a un príncipe azul, mientras yo pensaba en lo cruel que se hubiera sentido para mí en mi época de Disney el que alguien me hubiera dicho eso.
Es curioso cómo nuestras expectativas en cuanto a los hombres van cambiando con la edad, desde aquellos años en que las niñas de mi generación soñábamos con encontrar nuestro propio príncipe de la colina estilo “Candy” hasta estas alturas en las que nuestra frase típica es decir con el ceño fruncido: “Todos los hombres son iguales” o «me tocan puros pasteles»
¿Cómo nos volvimos tan desilusionadas?
Estuve con esa pregunta latente un par de días hasta que en cierto momento en mi playlist sonó la canción “Grace Kelly” de Mika y tuve una epifanía!
¿Por qué queríamos al príncipe azul cuando éramos niñas?… pues ¡porque con él venía la promesa de ser princesas!, ya que por lo general en todos los cuentos de hadas que conocemos, la chica que se queda con el príncipe es pobre o una princesa degradada y él es quién la rescata y le da el lugar que se merece.
La deducción más obvia es, por lo tanto, que las mujeres que esperan a un príncipe azul son quienes están buscando su salvación a través de un hombre, simplemente eso. En psicología se le conoce como “representación” y está muy ligado a la sensación de enamoramiento: una mujer busca a aquel príncipe azul que en realidad represente nuestra deseo de convertirnos en lo mismo que él: una princesa.
Pero yo pienso que tal como dice la canción de Mika, tenemos que ser Grace Kelly. Ella encontró a su príncipe azul, que resultó ser un príncipe de verdad… pero ella ya era una princesa antes de él.
¿Qué es lo que tenía aquella maravillosa mujer que nosotras también debiéramos tener?: Elegancia, delicadeza, su propio estilo y una confianza que la hacía verse casi etérea, y de estas últimas palabras las que destacaré nuevamente son: Estilo propio y Confianza. Ella sabía quién era y confiaba en sí misma por eso.
No necesitamos ser la copia ni el reflejo de alguien, debemos ser nosotras mismas, definirnos y amarnos tal cual somos y luego de eso llenarnos de autoconfianza. No hay nada más valioso que tener conciencia de que no buscas al chico ideal sino que buscas tú convertirte en la chica ideal… y no para otro, sino que para ti misma. Ser feliz contigo es el primer paso para ser feliz con otro y hacerlo feliz de la misma forma. Convertirte en la princesa de tu propia historia sin la necesidad de que alguien te lleve a ese lugar.
Por eso desde ahora siempre me visualizo de esa forma. No es necesario buscar al príncipe azul ni por el contrario amargarnos al pensar que no existen, ya que así como existen hombres que nos han desilusionado, también existen otros que se podrían acercar mucho a aquello que soñamos, pero para poder ser la princesa de nuestra propia historia no debemos culparlos ni mucho menos esperar que nos rescaten.
Tenemos que subirnos al caballo, galopar hacia nuestros sueños, eliminar los pensamientos derrotistas en cuanto a los hombres y convertir nuestra vida en nuestro reino en donde pongamos nuestras propias reglas para ser felices. La primera de ellas: vivir cada día como si fuera un cuento de hadas con nosotras de protagonistas. El príncipe llegará con el tiempo, pero no para rescatarnos ni convertirnos en algo que ya somos por nosotras mismas.
PD… La canción de mi epifanía es una banda sonora ideal para esta columna 😀