Pedaleo, lluvia y angustia – Capítulo 03 del viaje

En Pan de Azúcar compramos algunas frutas que se sumaron a nuestras provisiones. Viajábamos con un paquete de fideos, salsa, un poco de arroz sin preparar, hierba mate, sal, aceite y algo de miel que nos quedó después de preparar una buena cantidad de granola, destinada a durar un par de semanas como importante base de nuestra alimentación.

En MVD habíamos comprado lo necesario para prepararla en Minas: 2 kilos repartidos entre avena, maní, pasas, semillas de maravilla, plátano deshidratado y miel, que nos dieron un total de 10 bolsitas ziploc de nutritiva y sana granola, tostada en horno a leña. También nos llevamos una bolsa de arroz blanco ya preparado, que había sobrado de nuestra estadía el fin de semana. Iniciamos el pedaleo con buen sol, lo justo para disfrutar a temperatura sin pasar calor. Salimos a la ruta 9, carretera de una vía por lado pero con buena berma. En las subidas más pronunciadas, un segundo carril se abría hacia la derecha para los vehículos más lentos, algo que se repetía en buena parte de la ruta. Unos 10 kms. más adelante nos detuvimos algo cansados (¡ya!) y como no teníamos apuro alguno nos instalamos a un costado de la carretera a disfrutar el sol, a comer un poco de granola y frutas y a conversar de la vida. Y es que los viajes producen eso: mucha reflexión respecto al pasado, presente y futuro, al estar lejos de casa y sin la cotidianidad diaria muchas cosas empiezan a removerse internamente, muchos asuntos se pueden observar desde una perspectiva más distante y muchas veces más objetiva, incluso. Personalmente es justo ese uno de los principales motivos por los que el mundo viajero me ha conquistado y me hace volver una y otra vez a vivir la experiencia… hay tanta, TANTA reflexión al moverse que fácilmente se vuelve adicción.

A pesar de estar en plena carretera, el paisaje era muy lindo: todo muy verde, el cielo prácticamente azul con una que otra nube dibujando lo alto y un flujo vehicular bastante tranquilo a pesar de ser domingo y en una carretera principal. Y es que en todo el país viven cerca de 3 millones de personas, con lo cual es algo difícil encontrar demasiado ajetreo en casi ninguna parte. Esas condiciones hicieron que estuviéramos fácilmente 2 horas detenidos y ya cerca del mediodía retomamos el andar. Ese día pedaleamos 50 kilómetros y poco antes de las 18:00 hrs., justo antes que desapareciera la última luz del día, encontramos buen lugar para armar la carpa y descansar. Lo hicimos a una orilla de la carretera donde había una buena planicie de pasto recortado (gran parte de la ruta cuenta con pasto muy alto para tirar la carpa, fácilmente alcanzando los 30-40 cms.).

Al cambiar a posición horizontal nos dimos cuenta de lo cansados que nos sentíamos. Nos ayudamos uno al otro con un poco de masajes en las piernas y antes de dormirnos vimos un capítulo de 13th reasons why, la serie del momento. Junto con el sueño, llegó la lluvia que fue intermitente durante la noche. Dormimos con el ruido de la carretera pero como el movimiento no era demasiado intenso, no fue mayor problema para un buen descanso. A la mañana siguiente comimos un poco de fruta y cuando nos disponíamos a desmontar el sencillo campamento, llegó a nuestro encuentro un local que, algo desconfiado, nos preguntó de dónde veníamos y si sabíamos que estábamos en propiedad privada. Se notaba que con cada pregunta que nos hacía sólo estaba buscando determinar si éramos personas de fiar. Incluso nos dijo que si nos hubiera visto la noche anterior, nos habría pedido nuestras identificaciones, pero como veía que éramos personas decentes, no lo haría (sus propias palabras).

Nosotros, siempre muy tranquilos, le explicamos que no vimos ningún letrero u otra identificación de propiedad privada y que armamos campamento ahí porque nos pilló la lluvia, pero que como podía ver, ya nos marchábamos. Nos pidió que dejáramos todo limpio y cerramos la conversación, siempre cordial desde ambas partes. Volvimos a la ruta.

Nos propusimos detenernos en el siguiente negocio para abastecernos de fruta y alguna salsa para los fideos del almuerzo, además de llenar nuestras botellas con agua, que en ese punto ya estaba por terminarse. Pedaleamos unos 5-7 kilómetros y no encontramos ningún negocio, así es que paramos en una casa a pedir agua.

Vimos que el dueño de casa, un caballero de edad, tenía gallinas así es que le preguntamos si tenía huevos para vender, pero la respuesta fue negativa. Nos indicó que el próximo negocio se encontraba a 11 kms. de donde estábamos, justo al lado de una comisaría. Hasta allá llegamos y nos encontramos con una vieja cantina cerrada. Por las polvorientas ventanas vimos que en el mesón había uno que otro víver, además de algunas botellas de cerveza y otros licores. Golpeamos y gritamos a la espera que alguien saliera y unos minutos después ante nuestra insistencia, se asomó una señora sin muchas ganas.

Nos hizo pasar y compramos lo que había: un kilo de harina, un paquete más de fideos y un paquete de galletas. Peor es nada, ¿no? Seguimos pedaleando y el amenazante cielo dio paso a una molesta garuga, de esa que moja como si cayera agua en baldes pero que a simple vista no se ve. Diego pedaleaba un poco más adelante que yo y alcanzó a esquivar el agua justo en una bajada pronunciada, pero yo avancé junto con la nube y en un punto de la bajada simplemente dejé de ver, entre la velocidad y el agua que empapaba mi cara. ¡A confiar en el camino! Y ya cuando la bajada terminó me reuní con Diego mojada como si me hubiera metido a la ducha y muerta de la risa. Ya empezábamos a sentir hambre y como el cielo se veía cada vez más cubierto, buscamos un lugar donde detenernos bajo cubierto. Encontramos un puestito de venta de choripan y huevos que estaba cerrado, pero que contaba con un precario techo que bien nos servía para cocinar resguardados de la lluvia que ya empezaba a caer. Comimos fideos pelados, pero con el consumo de energía y el frío que se empezaba a sentir, lo disfrutamos como el mejor de los manjares.

Ese día esperábamos llegar hasta la ciudad de Rocha y aún nos quedaban 25 kilómetros por recorrer, así es que volvimos a pedalear. A esa altura ya empezábamos a sentir los efectos acumulativos del pedaleo y el cansancio se mostraba amenazante. Por ahí encontramos un pequeño negocio casero que ofrecía huevos de campo, quesos, algunas mermeladas y galletas envasadas y como no sabíamos en qué momento tendríamos oportunidad de volver a abastecernos, compramos huevos. Pedaleamos, pedaleamos, pedaleamos y poco antes que se fuera la luz del día, llegamos a Rocha.

Entramos a la ciudad y paramos en la primera verdulería que encontramos, donde compramos varias frutas y verduras, dispuestos a cocinar algo fresco esa noche. Intermitentemente caía algo de agua y ya era de noche, así es que pensamos en buscar un hostel pero no encontramos más que un par de hoteles pequeños que no eran nada baratos. Me sentía ya muy cansada y mi estado de ánimo empezó a decaer. Pedaleábamos sobre adoquines y sentía que quería tirar la bici con mochila y todo para salir corriendo a refugiarme en cualquier hotel, darme un baño caliente, comer algo reconfortante y conectarme a una red wifi para reportarme viva, pues nuestra última conexión había sido hacía 3 días. Pero nada de eso pasó, decidimos comprar un par de cosas más y volver a la ruta para buscar un lugar donde armar la carpa y ya al día siguiente retomar camino hacia la laguna Rocha, que se encontraba a pocos kilómetros.

Apenas salimos de la ciudad empezó a llover y a unos cuantos metros del acceso a la ciudad, tras descartar un par de lugares nada cómodos para armar campamento, empezó a caer una fuerte lluvia con viento. Pedaleábamos frenéticamente mientras tratábamos de encontrar lugar entre las altas malezas. El viento se hacía más intenso a cada segundo, tanto que teníamos que gritar para escucharnos. Habíamos salido de la autopista hacia el camino a la laguna, pero unos 200 o 300 metros más adelante, jadeando entre la adrenalina y la energía que le pusimos al pedaleo, mojados de pies a cabeza, decidimos volver a la ruta principal y refugiarnos en un paradero de micro. En ese punto estábamos muy tensos y nos responsabilizábamos uno al otro por no habernos detenido antes. Traté de calmar mi respiración, que a esa altura estaba muy agitada y tiritando de frío me puse a llorar. Se me caían las lágrimas de rabia, cansancio, frío y hasta un poco de miedo.

Diego me abrazó buscando apaciguar las aguas y darme calor, yo me dejé abrazar como niña. El viento y la lluvia golpeaban con más fuerza aún y buscando el lugar menos malo para armar la carpa, vimos que al cruzar la ruta el terreno estaba un poco mejor y ahí también había paradero techado. Nos disponíamos a cruzar y a Diego se le cayó su corta vientos, yo lo recogí y cruzamos. Cuando ya había pasado la línea divisoria del carril, una manga del corta vientos se trabó en la rueda delantera de mi bici, impidiéndome avanzar. Entré en pánico porque veía las luces de los autos que venían a mi encuentro, mientras yo trataba de deslizar la bici con todo su peso sin que la rueda cumpliera la función de rodar. Fueron sólo dos o tres segundos que miré a Diego a los ojos con real angustia, como la clásica escena de película en que el tiempo se detiene previo al atropello y muerte de la protagonista… Rápidamente levanté la bici unos milímetros desde el manubrio y salí de ahí; de la película, de la carretera, del miedo, de la lluvia, de Uruguay, del viaje. Se detuvo el tiempo una fracción de segundo y volví.

Pasamos una buena noche, mejor de lo que pensé que sería y amaneció un radiante sol que nos acompañó los 3 o 4 kilómetros hasta llegar a La Riviera de la laguna Rocha. Ahí nos encontramos con un mini pueblito de unas 20 o 30 casas, en su mayoría, de veraneo. Como estábamos fuera de temporada, casi todas estaban cerradas y muchas de ellas tenían letrero de arriendo, como sucede en gran parte de los balnearios uruguayos. Llegamos hasta un sector de camping público y gratuito, de infraestructura hiper simple compuesta por mesa y bancas de cemento, barbacoa y baños, lo preciso para una acampada básica pero para nosotros, un lujo. Habíamos encontrado el primer lugar del viaje donde pasar unos días.

 

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