Mis ganas de emigrar

Para nadie es un misterio que Chile ha experimentado una apertura al mundo. Nuestro país ha aparecido en el mapa para muchos extranjeros, quienes cada vez más optan por venir a conocer nuestros hermosos y diversos paisajes como destino temporal o permanente. Y lo mismo ha pasado a la inversa: Actualmente hay más frecuencias de vuelos y destinos, más ofertas y facilidades de pago e incluso se acumulan kilómetros hasta comprando remedios, por lo que viajar dejó de ser un lujo reservado para la burguesía en nuestra aún tan marcada segregación social.

 Desde que recuerdo me ha gustado viajar, incluso varias veces me persiguió la idea de ir a echar raíces a otro lugar, pero no fue hasta mi trabajo en una aerolínea que tuve la posibilidad de recorrer, conocer otras culturas y descubrir que soy una viajera patológica, algo que he inculcado casi religiosamente a mis pequeños hijos, a quienes he ido poniendo a prueba con viajes de duración y distancias graduales para ir viendo cómo se adaptan. Y hasta ahora van directo a ser tanto o más trotamundos que la mami.

 Pero últimamente la idea de irme a vivir a otro país está latente, se ha transformado en un proyecto que ya no tiene sólo que ver con el deseo de salir a probar y conocer otra realidad. Me apena ver que nuestra sociedad se degrada, me preocupa ser víctima de algún abuso, ataque u ofensa en cualquier lugar sin mediar provocación y, lo que es peor, me da lata sentir que perdí la fe en quienes les dimos el poder de decidir las cosas importantes de Chile porque pareciera importarles un carajo mejorar nuestra “sensación” de inseguridad.

 Esto no es un miedo fundado por los medios de comunicación como tantos dicen, es lo que vivo a diario y recojo de quienes me rodean. Algo que aporta en gran parte a mi visión es que trabajo atendiendo y solucionando las necesidades de personas provenientes de todas las nacionalidades desde hace 7 años y no es casualidad que entre mis pares tengamos una radiografía tan negativa de los chilenos. Estamos socialmente enfermos, estresados y deprimidos en medio de filas y tumultos para obtener cosas que no necesitamos, nos volvemos locos con un poco de poder y lucas encima, creyéndonos superiores a otros basando el éxito en la carrera, el puesto de trabajo, la casa y el auto que compramos, tenemos poca tolerancia y actitudes poco amables ante expresiones y opciones diferentes, y aún nos queda mucho camino de paciencia y empatía con los demás.

 Si bien las redes sociales nos han abierto al mundo y han abierto nuestro ojos ante injusticias y abusos, también han dejado al descubierto muchos de nuestros “taldos” sociales. Hay que ponerse armadura antes de comentar o publicar, porque el que opina distinto no tendrá problemas en lanzar la primera piedra al ofenderte gratuitamente y encasillarte dentro de retrógradas generalizaciones. Dicen que todo poder conlleva una gran responsabilidad y en caso de este medio, principalmente escrito, también requiere un cierto nivel de cultura y educación.

  Por eso me intriga saber qué pasa afuera y cómo trabajan estos problemas- que al final son los costos de la modernidad- países como Australia, Nueva Zelanda o Canadá, que tienen ciudades con la mejor calidad de vida en el mundo. Me gustaría salir con mi familia, ventilar nuestras mentes y comprobar por experiencia propia si viviríamos más tranquilos en alguno de esos países o tal vez sólo me sirva para darme cuenta que me estoy quejando de llena y en mi Chilito aún sigue predominando la gente amable, relajada, solidaria y que aún quiere al amigo cuando es forastero.

 Al final es una disyuntiva porque pese a las críticas que he hecho, amo mi país y encuentro que se está prendiendo en en el arte, la vida al aire libre y otras cosas que le hacían falta. Me equilibro al entender que aún tengo tiempo para decidir y lanzarme al mundo, así que por mientras intento vivir y criar a mis hijos en paz con el entorno. Porque finalmente nada se consigue con observar y criticar todo desde una vereda sin aportar nada al cambio, verdad?