La vida no es siempre color de rosa, nunca sabes si al despertar una mañana te está esperando uno de los tan temidos días de furia y, ya sea por causas naturales, hormonales, laborales, ancestrales, resacales o lo que sea, vivirás una de esas jornadas en que te gustaría llevar un pastel en la cartera para reventárselo en la cara a quién se te cruce por delante.
Parece que el mundo completo hubiera confabulado para que todo te salga mal. Despiertas de mal humor, no sabes qué ponerte, el desayuno se te quema o el metro va lleno (bueno, eso pasa todos los días, sea uno bueno o malo). Una serie de factores de mala suerte te persiguen haciéndote la vida tan imposible que sientes que la ley de Murphy se escribió para ser desparramada en tu cara con odio.
Tuve uno de estos días hace poco y me hizo meditar acerca de lo mucho que te pueden hacer enojar aquellas pequeñas cosas de la vida cuando te ocurren todas juntas. ¿Te levantaste más tarde de lo normal? No importa, corres y procuras recuperar el tiempo. ¿Descubriste que tu perro se había comido el billete de 5 mil que dejaste en la mesa para las micros del día? Está bien, el dinero va y viene… ¿El metro va lleno y justo te subiste al vagón en donde va el niñito que vomita el piso? Ok… cosas así pueden pasar… pero ¡¡justo a mi!! ¿Necesitas avisarle a tu compañera que vas llegando tarde para que te cubra con el jefe y descubres que se te quedó el celular en el velador? …… la rec… de su m… qué día de mi…!!!!
Y sueltas a la bestia!
Una vez que lo asumes todo es más fácil y ya no peleas en contra de la mala suerte, es más, aprovechas la oportunidad para sacarte todo ese odio que guardas gotita tras gotita en el diario vivir y lo lanzas a chorros contra el mundo. Acabas de entrar en la fase de odiar todo y a todos. Sería tan beneficioso e incluso un acto de protección civil si en esos momentos pudieras pegarte en la frente un cartel que diga: “Advertencia, día de furia en proceso” Así las vendedoras de las tiendas te darían la preferencia, las de la colecta te sonreirían y seguirían de largo, los testigos de Jebus cruzarían a la vereda del frente si se encuentran en tu camino, ningún semáforo te daría luz roja y el chofer de la micro bajaría a ayudarte a subir el escalón.
Lamentablemente lo más probable es que por algún motivo muy lejos de tu comprensión todos parecieran haberle dado “me gusta” al grupo llamado “Vamos a joderle más el día a esta mina” y tendrás que soportar horas tragándote los innumerables insultos que deseas gritarle a todo el mundo… o quién sabe, tal vez eres de las que los suelta simplemente. Si ese es tu caso, ¡TE ENVIDIO!
En momentos como estos las suertudas contarán con una amiga que las abrace y les devuelva la calma. Las aún más suertudas tendrán una de aquellas maravillosas amigas que en vez de prestarte el hombro para llorar, te llevarán al bar más cercano a beber happy hours hasta salir en 4 patas y cagás de la risa.
Y las poco suertudas tendrán un panorama muy diferente. Como yo, que acabé el día tirada en la cama con una fuerte tensión en el cuello, escuchando Simply Red (si… ese nivel) hasta querer cortarme las venas con una cebolla y recordando una y otra vez cómo caminé por todo el centro con el cierre del pantalón desabrochado mostrando los calzones rosado abuelita o reviviendo la escena de histérica loca (ataque de risa weón) que le hice a mi doctor cuando me preguntó si había tenido muchas parejas sexuales.
En fin, mañana será otro día…