Hasta ahora solo he hablado sobre temas banales y experiencias de jovenzuela, pero en esta oportunidad quiero ponerme algo más seria, por difícil que sea. Quiero contar algo personal, algo que solo un par de personas saben y ello no incluye a gente de mi familia, algo que he hecho público en un par de ocasiones en mi twitter personal, algo que afecta a muchas mujeres y hombres. Vengo a hablar de la imagen personal, de nuestra percepción sobre nosotros mismos, de la batalla contra la comida.
Desde muy niña supe que algo no andaba bien. Desde que nací siempre fui un palillo, pesaba poquito, era de esas afortunadas que comían y no engordaban, pero no me malinterpreten, realmente nunca comía tanto, mi mamá se jactaba de que yo era “moderada para comer” y crecí con frases como “ella nunca va a engordar porque come tan poquito”, “siempre ha sido muy finita, no creo que nunca suba de peso”. En aquellos tiempos yo me lo creía, porque era cierto, no tenía guata y me sentía privilegiada, si subía de peso me moría. Mi mamá toda la vida fue rellenita y yo la miraba con la ilusión de jamás ser como ella.
Cuando tenía 13 me fui a estudiar a otra ciudad, ahí viví con una tía que, siendo bien sincera, me sobrealimentaba. En pleno desarrollo más el exceso de comida que no podía rechazar porque estaba en una casa que no era la mía, en solo un año subí 10 kilos. Kilos que seguí subiendo y no pude nunca bajar estando aún en el colegio. Estaba consciente de mi peso de más, pero creo que nunca me había sentido tan bien, comía lo que quería, no tenía miedo a engordar porque “ya estaba gorda”.
Cuando salí del colegio, me fui a otra ciudad nuevamente, la Universidad comenzaba. Con el estrés del primer año bajé unos 4 kilos aproximadamente. Me sentía super bien, el qué comer o no comer no era tema. En segundo año, me mantuve y me sentía muy bien conmigo misma. Fue ahí donde empecé a ver fotos del colegio y no me gustaba; a veces mis amigas subían o me etiquetaban en fotos y me daba vergüenza, muchas veces las veía y me sentía muy mal, no me gustaba lo que veía y me preguntaba cómo es que nunca pude ver lo horrible que era, cómo no hice nada por revertirlo.
En tercer año tuve un colapso. Me obsesioné. Siempre he sido de las que hace dieta pero finalmente siempre las rompe. Ese año fue diferente, eliminé el azúcar, el pan, la chatarra, todo… había subido 2 kilos y tenía que bajarlos a como de lugar. No soy una persona deportiva, mentiría si dijera que duré más de una semana en el gimnasio, pero tengo un autocontrol sorprendente por lo que si realmente me preocupa mi peso, cumplo con mi dieta. Eso hice. A final de año, más el estrés, había bajado 6 o 7 kilos.
El proceso nunca fue bonito, me obsesioné a tal punto que me daba asco mirarme al espejo, y me trataba a mi misma de una manera horrible. Yo misma, como si fuera otra persona, me decía que era fea, obesa, asquerosa… y esas voces aparecían cuando me miraba y peor aún, cada vez que comía. De repente me arrancaba con alguna amiga o amigo a comer chatarra, incluso antes de pedir ya me empezaba a sentir incómoda, una voz aparecía y me decía que ya que estaba ahí pidiera lo menos calórico o algo más pequeño. Luego al empezar a comer, la voz volvía y me decía algo como “uff ¿sabes cuántas calorías tiene eso? ¿cuánta azúcar tiene esa bebida? Yo no lo comería, por eso estás tan gorda”. En una actitud rebelde, como si estuviera luchando con otra persona, ignoraba y comía, trataba de disfrutar, porque sabía que no estaba bien. Quisiera decir que eso era todo, pero no.
Cuando llegaba a la casa la culpa llegaba también, es como si otra persona se sentara a mi lado a decirme “¿te das cuenta todo lo que comiste hoy? Tú no haces ejercicio, ¿cómo piensas eliminar toda esa mierda de tu cuerpo? No puedes, se alojará ahí en tu guata… mírate, eres obesa, eres asquerosa”. Siempre he dicho que soy mi peor enemiga, me tengo miedo, soy la única capaz de destruirme, de dejarme llorando como todas esas veces; porque sí, todas esas veces realmente me sentía asquerosa, lo peor que había y sí, muchas veces pensé en vomitar pero no lo hacía porque sabía que estaba mal… pero no niego que aún, cuando me enfermo de la guata y vomito, siento satisfacción.
Me sentí mal por mucho tiempo, le conté a un par de amigos lo que sentía, cómo me veía a mí misma, me recomendaron ver a un psicólogo pero nunca lo hice y sigo sin hacerlo, creo que no podría ayudarme, quizás tengo un trastorno, quizás no, pero no imagino una forma en la que un psicólogo podría ayudarme. Soy consciente de lo que me pasa, es un monstruo que cargo, que he aprendido a dominar pero no del todo.
A finales de mi tercer año conocí a alguien, siempre comíamos alguna cosa calórica pero por algún motivo con él jamás escuché la voz, jamás me sentí culpable. No sé por qué, pero hizo que me olvidara de ello, hizo que me sintiera bien conmigo misma, nunca me había sentido tan bonita, tan cómoda con mi apariencia. Pero no puedo negar que vivo con el miedo de que toda esa sensación sea porque justamente de una u otra forma, continúa a mi lado, que realmente nunca ha habido un cambio en mí, sino que es netamente porque tengo una distracción.
Hasta ahora me sigo sintiendo bien con mi apariencia, creo que verdaderamente me aprendí a querer, pero la duda siempre está, la incertidumbre de volver a lo mismo que me hizo tanto daño es latente. Sé que aún me queda camino por recorrer, me enorgullece mirarme al espejo y no decirme nada hiriente, pero me falta y lo sé, porque todavía me preocupa subir de peso, porque todavía mi mayor miedo es ser gorda, porque me genera una satisfacción tremenda ver y sentir mis huesos y porque religiosamente, todos los días, tanto en la mañana como en la noche, tengo que verme al espejo: abdomen, trasero y rostro; este último es piedra angular de mi inseguridad, ya que tengo una cara redonda con mejillas prominentes, si subo un poco de peso ello repercute en mi cara y eso es lo que trato de evitar y todos mis esfuerzos se dirigen a impedir que mi cara engorde. Podría decir que la forma de mi rostro es sin duda lo que me limita a quererme tal cual soy y lo peor de todo, es que la tendré hasta que me muera.