Cuando te preguntan qué haces o que eres, lo primero que solemos atinar a decir es nuestro trabajo o nuestra profesión, luego de dónde somos, refiriéndonos a algún lugar físico que probablemente dirá un poco sobre nuestra posición social en ese momento. Ese parece ser el interés prioritario y superficial.
Mis preguntas para conocer a alguien en cambio serían: ¿Cuánto sientes con tu corazón?, ¿Cuánto tiempo dedicas a analizar aquello que te sucedió y que en verdad solo pasaste por un análisis mental y lo desechaste porque no hay tiempo de hacer crisis, porque nadie quiere desvelarse pensando en algo que lo puede hacer llorar?
Después de ese análisis que nos dio esta eminencia, empecé a darme cuenta que había caído en una trampa del ego, que había dejado de decir tantas cosas que hubiese querido decir desde adentro y no lo hice, por vergüenza quizás a hacer el ridículo o al rechazo, porque no hay tiempo ni interés en las crisis ajenas, lo cual nos lleva a guardar tantas cosas dentro que terminamos expulsándolas de golpe en algún momento crítico que nos lleva al límite.
En la meditación llegaron a mí episodios que viví hace poco. Gente que se había alejado por alguna razón, alguna discusión con algún familiar y que después nos olvidamos de arreglar las cosas o pedir disculpas y la vida siguió. Amores, desamores, en fin. Tantas cosas que hemos terminado porque simplemente no queríamos demostrar lo que a la mayoría de la gente le haría daño.
Luego recordé que había tenido muchos líos con mi papá en algún momento de mi vida, ya que yo tenía una visión muy distinta de la vida y tuve que recibir sus bromas porque él no conocía mis gustos ni aquellas cosas a las que dedicaba mi tiempo, como hobbies y crecimiento personal. Por eso, como parte de acción mía, decidí decirle con todo mi corazón que yo respetaba nuestras diferencias, y que por ende no ofendería sus preferencias (él es muy matemático, calculador, frío y con una crianza entre puros hombres. Todos con opiniones súper cerradas, muy ajeno a lo mío… pero agradeceré siempre el poder comprender su realidad y linaje familiar). Le dije que lo amo y lo comprendo, que esperaba que él también respetara lo que era importante para mí y que no me siguiera provocando acumulaciones de odio con sus respuestas ofensivas.
Mágicamente, su actitud cambió. Entendí que lo que yo tomaba como bromas pesadas (siempre bromeó con las actividades que yo hacía), para él era en realidad una manera de acercarse a mí, pues es parte de su naturaleza. Comprendí que incluso le era más fácil acercarse a mis hermanas, que son muy distintas a mí, y que quizás yo fui quien le cortó un poco las alas en eso, pero a partir de ese momento nuestra relación resultó ser más sincera. Aceptó mis diferencias, queriéndome así, pero a su manera, y aceptando que yo también lo amo, pero a mi manera. Sé que estoy dentro de su corazón y de su ADN, como él está en el mío. Lo demás da igual.
En conclusión. Vivimos en un tiempo sin tiempo, en donde corremos por nuestra vida agitada casi sin tiempo de pensar. Nos enfermamos mucho y no le hacemos caso a nuestro cuerpo-templo, ya que tenemos mucho que cumplir, solo para aparentar algo que nuestra sociedad nos obliga (trabajo, familia, casa, propiedades, etc). Omitimos mucho para ahorrarnos un momento de desagrado que solo imaginamos en nuestra cabeza. Un momento que la otra persona no vivió, ya que no tienen por qué sentir lo mismo que nosotros. Puede ser que lo que para una es una ofensa según tus propias vivencias, para la otra persona significa algo que ni siquiera te imaginas y solo falta que lo mires con el cristal de tu corazón y no con el de tu ego.
Las invito a abrir sus corazones. A quienes nos hablen con prepotencia en la calle, regalémosle una sonrisa, a quien llora dejémosle vivir su espacio, pues los miedos a veces son grandes y se quitan con amabilidad y lo más importante, aceptemos desde aquel cristal amable la diversidad. Quizás desde ahí paremos el tiempo para lo que realmente importa.