Hace un tiempo atrás estaba caminando con uno de mis mejores amigos rumbo a almorzar juntos. A él le gusta mucho mirar chicas en la calle y yo obviamente siempre soy testigo de sus coqueteos callejeros, lo cual nunca me ha molestado puesto que somos amigos desde hace tantos años que conozco todas sus manías masculinas y me las tomo con humor.
En cierto momento a mitad de camino él me dijo “mírala a ella, es justo de mi tipo” y yo volví la mirada hacia una chica de unos 19 o 20 años, delgada, de cabello medianamente largo, bonita aunque nada muy extraordinario, al menos según mi punto de vista. Así que por primera vez, después de muchos años de ver sus miradas dirigirse a chicas en la calle, le pregunté cuál era específicamente su tipo, y su respuesta fue “de 18 a 25 años obviamente, definitivamente menores de 30, porque las que son mayores ya tienen sus mañas o marcas”.
Ahí sí que me sorprendí y lo obligué a confesar toda su hipótesis porque su confesión se sintió casi como una ofensa a mi herida alma de treinteañera.
Según sus palabras “las mujeres de menos de treinta años están en etapa de auto descubrimiento, aún están experimentando la vida por lo tanto no saben bien quiénes son, lo cual las hace mucho más arriesgadas, libres y menos enrolladas que las mayores de 30 años, ya que después de esa edad por lo general han superado toda esa etapa de transición y como resultado tienen algún daño o alguna herida profunda que las aleccionó en la vida y las hizo ser mucho más directas y menos complacientes que las chicas menores que aún no saben lo que quieren”
«Las de más de 30 años (continuó él) suelen decirte: yo no hago esto, a mi no me gusta esto o yo no transo en esto, porque han aprendido lo que quieren. En cambio las veniteañeras todavía no lo saben, así que puedes llegar mucho más allá con ellas. Una mujer mayor de treinta años por lo general ya ha pasado por alguna relación larga que le dejó alguna marca fuerte en el alma y tú llegas a un terreno en donde no se puede labrar mucho después de eso»
A estas alturas de la charla yo ya iba con la cabeza hecha un nudo, porque pese a que no podía dejar de encontrarle cierta razón a sus palabras, también estas me identificaban y no me gustó la sensación de sentirme “dañada”, ya que, aunque no me considero en total autoconocimiento de mí misma, también sé que he aprendido mucho en el camino y en mis veintes adquirí algunas de aquellas marcas a las que él hacía referencia. Aquellas que te enseñan lo que no quieres volver a intentar o los riesgos que ya no volverías a tomar en la vida.
Mi réplica fue haciéndole notar que tampoco es bueno depender de relaciones con chicas que aún no saben bien quiénes son internamente, detalle en el cual él estuvo completamente de acuerdo conmigo, ya que ambos coincidimos en el hecho de que cuando una mujer no sabe lo que quiere puede ser que se hiera precisamente en los intentos de búsqueda o conocimiento, y es ahí en donde se hace protagónico aquel que deja la marca que la hace formar ese carácter del que después ciertos hombres huyen. Él estaba consciente de esto, pero su respuesta ante ello fue “así es más fácil”
¿Será tal vez que algunos hombres con este pensamiento son como el que tira la piedra y esconde la mano?, puesto que si muchas chicas de veintitantos aún no tienen alguna herida grande en la vida de seguro pasarán por ella durante estos años, y serán hombres como esos los responsables de originar este daño… y luego como consecuencia huir para encontrarse con alguna otra mujer joven que no esté dañada. Es una especie de atentado cobarde de quienes prefieren no hacerse cargo de lo que creció en el terreno que ellos mismos sembraron y prefieren irse a buscar otra oportunidad en tierras no exploradas.
Puede que sea cierto que debido a esto las mujeres mayores de treinta tenemos un carácter mucho más definido y posiblemente cargamos con algún viejo daño, pero no lo considero un defecto, es más bien una virtud que les concede honestidad a las relaciones.
Es pisar en un terreno mucho más firme porque nosotras mismas sabemos qué es lo que funciona bien y mal con nosotras, por lo tanto ya no hay tantas sorpresas desagradables como en aquella época de autodescubrimiento en la que cada vivencia era una montaña rusa que no sabíamos dónde se detendría y que incluso podía dejarnos de cabeza a mitad de camino.
Después de todo nosotras, las de treinta y tantos, ya tuvimos los veintitantos para cometer las locuras a ciegas que nos dieron la vista de rayos X que usamos en los treintas para cometer locuras mucho más refinadas.
Imagen vía YouTube Garfunkel and Oates xD