El señor destino

La vida está tan llena de casualidades que hay momentos en los que me cuesta no creer en el determinismo. Porque en los momentos en los que menos te lo esperas, pero quizás en los que más lo necesitas, te reencuentras con personas o suceden cosas que parece que están tan calculadas, que no es posible que sólo sea cuestión de azar.
En realidad, me gusta creer en el destino. Es una forma de quitarme algo de carga, de pensar que no todas las decisiones que he tomado en mi vida han sido solamente mías, sino que “estaba escrito”.
Así puedo perdonarme un poco por todo aquello que hice y de lo que a veces me arrepiento, porque créanme, el arrepentimiento es parte del aprendizaje del ser humano. Quien no se arrepiente sigue dañando y lo que es aún peor, sigue dañado.
Así también puedo pensar que mi vida sigue un camino, y que al final de ese camino alguien o algo me espera, y puedo pensar que no camino directo hacia el vacío, hacia un agujero negro, pues seguramente esa luz a la que todos aspiramos está más cerca de lo que pienso y seguramente cuando abra los ojos de verdad, la veré con toda claridad.
Me gusta pensar que por muchas decisiones que yo tome no conseguiré engañarlo y finalmente acabaré donde ese destino tan esquivo y quisquilloso, me quiera poner. Porque así, por lo menos, dejo mi vida en manos de algo que tarde o temprano hace encajar todas las piezas del puzzle, y yo dejo de ser una pieza que busca su lugar desesperadamente.